domingo, 28 de septiembre de 2008
¡Soy una máquina!
Mi creador de me mira, impasible, mientras yo hago mi trabajo. Mi libertad está limitada por lo que él quiera. Solo haré lo que el diga, solo lo haré cuando él diga y, por supuesto, cuando esté ante mí. No me dejará funcionar mientras no ande delante o, como mínimo, cerca, para poder apagarme cuando me salga de mi trabajo. Hago lo que me ha programado de forma mecánica, automáticamente. Esto lo hago para su gusto, para que él saque sus beneficios o para enaltecerse por el hecho de haber creado algo que llega a servir, que dá frutos. Él no quiere que nadie sepa como funciono, no puede dejar que nadie me vea... ¿que soy? no puedo decidirlo. No conozco nada de nada, no sé nada de nada. Él no quiere, no quiere que tenga cerebro, solo quiere que haga lo que él quiera. Lo mismo no es nisiquiera instinto. Es programación. Lo mismo siempre, día sí día también... ya sé, ya sé que es lo que soy. No estoy seguro de ello, pero mis condiciones lo indican totalmente. Estar vivo o inerte carece de interés. Cuando funcionas como una máquina, esas cosas no importan.
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